Algunos han notado mi ausencia de letras en este espacio. Realmente, los procesos que uno vive día a día nos alejan a veces de cosas que nos rejuvenecen ( o envejecen, cualquiera sea el caso). Hoy, al sentarme frente a mi computadora, quise compartirles una experiencia que me ha provocado sonreír desde lo profundo de mi estomago. Se trata de una llamada telefónica, sí, lo sé, todos hemos sonreído con alguna llamada telefónica, hemos llorado, gritado, nos hemos encojonado, entre otras. Pero es extraño, en mi caso (que todo lo cuestiono) sentirme tan bien con una llamada de este tipo. Tuve una conversación telefónica con este agente (si es que se le llama así) de una compañía telefónica… interrumpo porque, debo aclarar que no le estoy haciendo promoción a ninguna compañía telefónica, sino a los procesos de las personas, (aunque hubiese sido por mero trabajo).
La conversación inició con todas las preguntas de rigor, con la advertencia de que podría ser monitoreada, calidad, servicio, que se yo, esas cosas, pero en la voz de una inconmovible máquina. Recordé mientras rabiaba por lo lenta de la grabación, cuan deshumanizados estamos. Bueno, la idea que quiero explicar no es meramente asi, pero no me sale… Pues estamos tan deshumanizados o es todo tan impersonal que asusta. Peleé con la máquina porque yo, yo quería hablar con una persona, alguien que me contestara las dudas sin ofrecerme 4 alternativas que nada tenían que ver con lo que yo necesitaba. Luego de meter el dedo en par de números, escoger no se qué opciones e intentar que el 0 me diese la salida (porque saben que es el cero quien casi siempre nos lleva a una persona) no logro comunicarme con alguien que me diga, “ajá señora, la escucho”. Y sé que muchas personas de esas que atienden a uno al otro lao del fututo, son incluso más distantes, fríos e insensibles que una máquina. Estaba a punto de colgar cuando la maquina con voz femenina me dice: “LO-SIEN-TOO---ESA-AL-TER-NATIVA—NO-ESTA-DIS-PONIBLE—EN-EL-MENU---PER-MA-NEZCA-EN-LINEA-Y-SU-LLA-MADA-SERA-A-TEN-DIDA-EN-BREVE---”. Volvió a sonar el inventario de advertencias (o amenazas disfrazadas) y por fin una voz más cantadita, más sonaita, con saliva, bióxido de carbono y todo integrado me dice: “Buenas noches, ¿cómo se encuentra hoy?” O sea, me preguntó cómo me encuetrooooo!!!
Me atiende muy cortésmente un joven llamado Ángel. Y Ángel rompió con toda la carga dificultosa del día, rasgo la molestia que sentía por los 7 minutos de diálogo con una máquina, hizo que olvidara mi dolor de cuello y más aún, sin necesidad de masaje logró que me relajara. Su voz era amigable, su tono cómodo, pudo hablar y no parecía que se lo aprendió de un manual, contestó a todas mis preguntas e incluso cuando ofreció y le dio promoción a su compañía no sonaba hipócrita. Este joven hace muy bien su trabajo… ¡carajo! Esa es la diferencia. El muchacho logró poner los colores de mi tarde más brillantes de lo que estaban. Al final culminó con el esperado: “Gracias por ser un valioso cliente de Sprint…” a algo así. Pero qué carajos, esa persona hizo que creyera en Sprint, que me sintiera contenta con la compañía de celulares y que hasta agradeciera sus centros de cobro en ese momento (ojalá y no la dañen).
Pensé en la gente que ha logrado que mis días sean más chulos con sus tratos. Y recordé, así que incluyo algunos de ellos aunque no se sus nombres: en el peaje de Manatí una joven que sonriendo nos deseó buenas noches; en la oficina de Transportación y Obras Públicas de Carolina, por fin una persona que escuchó razones sin virar el hocico e hizo todo lo posible para resolver la situación… y rápido!!! En el hospital Auxilio Mutuo Expreso, el médico y los enfermeros fueron empáticos, simpáticos y diligentes, solo bastó su trato amable y afable para que me sintiera mejor.
No es que esté aquí para decir boberías que suenen a palabras con luz o el pequeños rayo de luz del día, nah que ver, eso de los pensamientos positivos a veces me rejode. Pero merecía el tiempo sentarme a escribir sobre cómo a veces, un servidos (público o no público) puede cambiarle el momento presente a uno, ya sea para bien o para mal. Aunque, si es para mal, pues a uno se le pasa más rápido la molestia que la alegría de cuando nos tratan bien. Si más personas hiciesen bien su trabajo, menos jodíos estaríamos. Los teléfonos no sonarían tanto, la gente estaríamos más relajados en la calle, quien sabe y hasta los políticos aprenderían y mejorarían su trabajo… pueh, que al fin, soñar no cuesta más que la desilusión de cuando se despierta.
2 comentarios:
;0)
lo que yo queria, gracias
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