Las cosas tienen su propio sabor de metal,
es reconocible porque desemboca
en todo lo que conocemos.
Hasta la madera posee
su versión de moho por nacer.
Los puentes sobre los ríos,
los ascensores, las puertas,
los relojes que cuelgan sobre grandes paredes de metal,
los barcos, las barcas, las estufas,
la música de la Fania,
las camas de fino metal,
los trenes y sus rieles.
Algunos poseen sólo un leve sabor.
Como el tenedor, las agujas de los sueros,
la pantalla en la lengua o la navaja de afeitar.
Otros poseen un insoportable y pesado sabor.
Como la aguja bajo el puente, los aros de matrimonio,
las balas, la hoja del puñal,
los bolígrafos de los legisladores.
He aprendido que cada cosa
tiene su propio sabor a metal.
¿Quién no reconoce el metal?
1 comentario:
Es como el sabor de la palabra...
Inteligente y madura propuesta.
un abrazo poeta amiga
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