Si preguntan por mi, digan que salí a buscarme
ón Jiménez o del astorgano Ricardo Gullón, leía poemas con poetas puertorriqueños; allí se encontraba Amarilis Tavárez Vales (Camuy, 1974), la poeta cuyo libro Larga jornada en el trópico (2015) me había seguido con mirada interrogante y aparentemente dispersa. Sin más devaneos, debió pensar el libro aquel, un poemario, que se trataba de un lector curioso recién llegado desde otro horizonte atlántico.
De los poemarios de Amarilis Tavárez anteriores a este quisiera destacar Realid(h)ades(2006) y Hastío (2014). En ambos, tras su título, se desvela hacia dónde puede dirigir su mirada quien se asome a sus páginas. En el primero, la poeta echa al suelo velos, cortinas o encubrimientos; se adentra en un hades personal, también colectivo, como encuentro emocional consigo misma y con quien espera al otro lado de las páginas, en los poemas. Lo muestran sus versos tal cual lo vive, como lo siente. Está convencida la poeta de que “todos tenemos un infierno dentro, aunque algunos se empeñan en aparentar que se trata de un paraíso”. Ahí, sin titubeos, se pone de cara a la realidad de las realidades del vivir o, tal vez, del soñar; es el mundo que encierra en sí misma y lo muestra tal cual. Realidades pudo haber sido también otro título para el poemario, más genérico y diluido.
Y tras unos versos del poema ‘Volver’ se puede sospechar hacia qué o en qué espacio para (des)orientar se detiene la palabra poética en Hastío: “Yo necesito volver a mi pueblo chico / y morir allí sin grandes sucesos / en la precisa línea de lo maravilloso”.
Voz turgente y severa, ¿acaso serena?, nunca dócil la de la poeta, que no teme pisar los charcos ni cree que los nubarrones sean únicamente parte de la escenografía del día a día.
“Si no fuera por la poesía, estaría loca… no es que ahora no lo esté, pero sería una loca enferma. Desde niña soy rebelde… la persona que escribe poesía es un inconforme por naturaleza. Siempre va más allá, nos espatarramos fuera de los límites permitidos, transgredimos los perímetros establecidos”, comenta Amarilis. En esa misma dirección transgresora recuerdo unas palabras de Jiddu Krishnamurti; no es saludable, asegura, estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma. Un texto poético, un poema deben desobedecer el lenguaje común y vadear corrientes o cualquier forma de sometimiento.
En Larga jornada en el trópico resuena una voz poética que viene de lejos; la poeta, a la escucha, (re)vive un tiempo de muy atrás; memoria y recuerdos, ya símbolos: nadar, volar, partir o quedarse, regresar o… Los poemas recogen una y muchas largas jornadas, uno y muchos tiempos. “tenemos un puerto entre las costillas. / así nos llegó el espejo, la cadena, el látigo. / migró el oro, la sangre, el areyto. / trajeron la religión de cruces y espadas. / religión de tambores y canciones” (‘Tierras de tambor y sal’). La poesía, recalca Antonio Gamoneda, poeta necesario, “si no tiene relación directa con la vida, no es poesía”.
Salitre, balcones, agua, y olas, colmados, orillas de acá o de allá, apagones, el no regreso -“nos vamos y nos quedamos”-, un bote, extraña libertad extraña, “huracanes, sequías, variable nubosidad”, aguaceros y siempre isla-islas-(a)isla(da). La isla -“ustedes. yo. / nosotros. // islas.”- en este poemario se convierte en pasión y dolor, obsesión, horizonte y mirada ciega. La voz poética somatiza la palabra ‘isla’ hasta convertirla en espejo cóncavo en el que se mira y desde el que observa el devenir y los vaivenes de la (des)esperanza. “tu isla y mi isla / complicidad milenaria. huella digital bordada en la cintura. / el baile en nuestros pies / y los amaneceres repletos de luz” (‘Entre tu isla y la mía’). Desde esa palabra va repasando la vida; en los poemas, como faros guía en la noche, exhibe “todas las ásperas formas de contar la vida” con intensidad y belleza, nunca ausente la belleza creadora de imágenes, sin entregarse al embeleso. La realidad poética que va creando Amarilis con “milagros verbales” -y ahí está la perplejidad ante el inmenso caudal significativo e inesperado de la palabra-, es una mirada personal a la cotidianeidad enraizada en el tiempo propio y ajeno, vivido o, tal vez, soñado.
La poeta puertorriqueña recuerda con frecuencia, “me sano emocionalmente escribiendo”; sin embargo, para Farugh Farrojzad, también poeta, persa, la poesía es como un amigo íntimo con el cual puedo descargar mi corazón.
Cada ola del mar Caribe, cada marea bravía o muda es una pulsación que marca el ritmo del corazón de Amarilis Tavárez como lo hacen el guaguancó o la bachata. El clima, sin embargo, “diseña la mirada” y la orienta hacia algún otro trópico, real o imaginado. Cualquier isla es hija del mar, de los vientos y huracanes, de la vecindad negada. Hay una isla, posiblemente con nombre propio, que ha quedado a vivir en Amarilis y en los poemas de este libro; ella es consciente de que “escribe hasta cuando no escribe”.
Todas las islas, al fin, son cualquier isla.
Aún es tiempo de Poesía; siempre será tiempo para la Poesía.